¿Qué es la huella ecológica? Cada acción que cada uno de los seres humanos que habitamos el planeta realizamos conlleva un efecto para el planeta. Por el simple hecho de respirar estamos consumiendo energía, por lo que esta acción ya genera un consumo de recursos, aunque este sea ínfimo. Evidentemente, cuando hablamos de reducir nuestra huella ecológica no estamos pensando en dejar de respirar, sino que nos referimos a reducir el impacto medioambiental que otras actividades humanas tienen para el planeta. Un impacto que puede llegar a ser extremadamente destructivo. Puesto que cualquiera de las actividades que realizamos en nuestro día a día requiere de un consumo de energía, de recursos materiales y / o de la generación de unos residuos, el objetivo que debemos marcarnos para poder disfrutar de un mundo más sano no es tratar de que nuestra huella ecológica sea inexistente. En cambio, debemos pensar en reducir nuestra huella ecológica hasta alcanzar un nivel de equilibrio con respecto a la capacidad natural del planeta de regenerar los recursos que consume el conjunto de las actividades humanas. Y esto también es aplicable en lo referente a la asimilación de los residuos que producimos. Así, la reducción de nuestra huella ecológica debe perseguir un nivel de actividad, y que esta sea de un tipo tal, que nos permita vivir en un mundo sostenible.
Hoy en día estamos muy lejos de llegar a este punto de equilibrio ya que consumimos recursos energéticos y materias primas y generamos residuos a un ritmo muy superior al que la naturaleza va renovándose. Tanto es así que, a día de hoy, la huella ecológica generada por el conjunto de las actividades humanas a nivel mundial requeriría de los recursos naturales de 1,6 planetas para resultar sostenible. Estos datos se extraen de un estudio de la ONG World Wide Fund for Nature, que prevé también que, de no corregirse esta tendencia, para 2020 consumiremos los recursos equivalentes de 1,75 planetas como la Tierra, y de 2,5 planetas para 2050. Solo en España ya consumimos el triple de recursos disponibles en el territorio nacional, según Global Footprint Network, lo que implica que estamos contribuyendo a aumentar ese desequilibrio de la sostenibilidad medioambiental del planeta. Esto también implica que estamos consumiendo unos recursos que no nos corresponden, por lo que al hacerlo contribuimos también a generar una desigualdad económica y social con respecto a otras zonas del mundo.

Siendo tan apremiante la necesidad de reducir nuestra huella ecológica, lo primero que debemos hacer es concienciarnos del problema. Para ello, debemos reparar en los recursos energéticos y de materias primas que consumimos en nuestro día a día, y también de los residuos que genera nuestra actividad personal. De forma general, el impacto medioambiental o la huella ecológica que generamos se mide en torno a 4 factores principales:
- La superficie de suelo necesaria para producir las materias primas que requiere un la obtención de un producto o la realización de una determinada actividad. Por ejemplo, la superficie de tierra destinada a cultivos, a la explotación ganadera, a la minería, etc. A menudo, estas actividades se desarrollan en zonas ganadas a territorios naturales, como selvas tropicales o bosques. Es decir, se realizan por medio de la deforestación. Esto supone, además, una merma en la capacidad de absorción de CO2 por parte del planeta, ya que se eliminan árboles y otra vegetación capaz de fijar grandes cantidades de ese y otros gases de efecto invernadero.
- Consumo de agua. La producción industrial de bienes y servicios conlleva también un consumo de agua dulce. Esta agua dulce puede provenir de agua superficial o de manantiales subterráneos. Pero también se tiene en consideración el uso del agua de lluvia. Por otra parte, también se debe valorar el agua que se contamina para desarrollar cada una de las actividades humanas. Por ejemplo, la industria textil consume grandes cantidades de agua para producir cada prenda y contamina otros tantos cientos de litros de agua a través del uso de químicos y tintes. Recordemos que para fabricar un solo pantalón vaquero son necesarios hasta 10.000 litros de agua.
- Consumo de materias primas. Además de terreno y de agua, para elaborar cada producto que se consume en el mundo es necesario partir de una serie de materias primas: madera, minerales, combustibles fósiles, etc. Este consumo de materias primas también debe ser tenido en cuenta a la hora de estimar nuestra huella ecológica.
- Emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero. El consumo de energía y la generación de residuos que viene asociada con cada actividad humana puede traducirse también en una huella de carbono, que es parte fundamental, a su vez, de nuestra huella ecológica. El consumo energético que realizamos en nuestro hogar, el de nuestras actividades laborales, las emisiones que representa nuestro transporte, o el transporte de los alimentos y otros productos que consumimos son algunos de los principales factores que incrementan la producción global de gases de efecto invernadero. Y como bien sabemos, estos gases de efecto invernadero son los principales causantes del aumento de las temperaturas a nivel global y del problema medioambiental que supone el cambio climático.
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Tips para reducir nuestra huella ecológica
Como vemos, resulta muy complicado calcular nuestra huella ecológica aun de manera aproximada. Pero teniendo en cuenta que toda actividad humana tiene un impacto en el medio ambiente, lo realmente fácil es comprender que debemos tratar de reducir esta huella. Para allanar esta labor, vamos a ver algunos consejos que podemos seguir en nuestro día a día para reducir nuestra huella ecológica a través de simples modificaciones en nuestros hábitos.

1. Revisar nuestros hábitos de consumo:
- Debemos evitar las compras compulsivas. Antes de adquirir un producto o un servicio debemos saber determinar si realmente lo necesitamos. Así contribuiremos a frenar el consumismo y a reducir la demanda de recursos energéticos y materiales que supone una producción excesiva.
- Pensemos en las 3 erres: reducir el consumo, reutilizar y reciclar. También podemos pensar en formas alternativas y creativas de reutilización, cuando un producto no sirva ya para su propósito original, lo que se conoce como upcycling. Recordemos que la basura orgánica también puede ser reciclada para hacer compost.
- Buscar alternativas de compra de comercio justo, de producción ecológica y respetuosa con el medio ambiente.
- No consumir productos que empleen un embalaje excesivo. Priorizar siempre los que utilicen envases o contenedores elaborados con materiales reciclados y reciclables. Siempre que podamos es mejor comprar a granel.
- Evitar los productos de usar y tirar: cubiertos y platos de plástico, pajitas, servilletas, etc.
- Llevar nuestras propias bolsas reutilizables al hacer la compra. Elaboradas en tela o en materiales de producción sostenible.
- Practicar el turismo ecológico durante nuestras vacaciones.
- Comprar solo productos elaborados con maderas certificadas procedentes de explotaciones madereras respetuosas con el medio ambiente.
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2. Hacer que nuestro hogar sea sostenible:
- Una casa correctamente aislada es mucho más eficiente energéticamente. Para hacerlo, podemos optar por soluciones que dificulten la transferencia de temperatura con el exterior a través de puertas y ventanas.
- Podemos rebajar nuestro consumo eléctrico apagando las luces de las estancias en las que no estamos en cada momento. Desenchufar los cargadores de los aparatos eléctricos cuando estos no están en uso es otra forma de reducir nuestra factura eléctrica. Evitar el uso de la función standby que ofrecen algunos aparatos también puede suponer un 50 % más de ahorro. Por otra parte, cuando renovemos nuestros electrodomésticos debemos intentar seleccionar aquellos que sean más eficientes energéticamente. Igualmente, primaremos el uso de bombillas LED, ya que su consumo es hasta 4 veces inferior que el de las bombillas tradicionales y pueden llegar a durar hasta 25 veces más tiempo. En cuanto al suministro de electricidad, es mejor optar por compañías que nos garanticen que la electricidad que consumimos es producida mediante fuentes renovables.
- Limitar nuestro consumo de agua. Para ello, podemos tomar una serie de medidas sencillas que facilitan el ahorro de este recurso: no superar las duchas de 5 minutos, usar filtros reductores en grifos y duchas, instalar sistemas de doble descarga en los inodoros, optimizar la carga de cada lavadora y emplear agua fría (para ahorrar también electricidad), usar el agua de lluvia para regar, etc.
- Usar la calefacción y el aire acondicionado de manera responsable. Lo ideal es mantener la temperatura por encima de los 25 grados en verano y por debajo de los 23 grados en invierno. Cada desviación de un grado sobre estas cifras puede suponer un gasto energético extra de en torno al 8 %.
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3. Optar por formas de transporte más limpias:
- Usar el coche lo menos posible. Siempre que sea posible es preferible usar formas de transporte más limpias, como andar, ir en bici o usar el transporte público.
- Si tenemos que usar el coche, intentar hacerlo de manera compartida para minimizar las emisiones de gases, el consumo de combustible y contribuir a que el tráfico sea más fluido. Así ayudaremos a reducir los atascos, con las altas emisiones de gases que estos suponen.
- Si conducimos, optar por una conducción eficiente puede ahorrar hasta un 40 % de combustible. ¿Cómo hacerlo?: evitando acelerones y frenazos, usando relaciones de marcha largas, etc.
- Si pensamos en comprar un coche nuevo, podemos valorar opciones más sostenibles como los coches eléctricos o los híbridos.
- Siempre que sea posible, debemos intentar evitar el transporte aéreo, que supone por sí solo el 2 % de las emisiones de CO2 en todo el mundo, según datos de la IATA (International Air Transport Association)

4. Modificar nuestros hábitos alimentarios:
- Siempre que podamos, optar por alimentos ecológicos, de temporada y de producción local. Así fomentamos los procesos de producción sostenible y evitamos las emisiones de gases innecesarias relacionadas con el transporte de estos alimentos por todo el mundo, una de los principales aportes a la cuenta de emisiones de gases a nivel global.
- Evitar el consumo de alimentos excesivamente procesados, como productos precocinados o bollería industrial. Estos alimentos no solo son menos saludables, sino que requieren de grandes cantidades de agua para ser producidos, así como de elevadas emisiones de CO2. Por otra parte, este tipo de productos suelen emplear aceite de palma en su elaboración, uno de los principales culpables de la deforestación de muchos de los bosques tropicales del planeta.
- Evitar el consumo de agua embotellada. Un consumo que, como ya vimos, resulta absurdo en la gran mayoría de los casos.
- Reducir el consumo de carne. La ganadería representa uno de los sectores que más contribuyen a la emisión de gases de efecto invernadero. Según la revista Science, un cuarto de las emisiones de gases de efecto invernadero están relacionados con la industria alimentaria. Dentro de esta, la industria ganadera para la producción de carnes y de productos lácteos y otros derivados supone un 14,5 % del global de las emisiones. También consume una elevada cantidad de agua dulce y fomenta la deforestación. Todo lo que sea reducir el consumo de carne de nuestra dieta en favor del consumo de alimentos de origen vegetal contribuye a reducir nuestra huella de carbono y nuestra huella ecológica. Si comemos carne, mejor la de pollo o de cerdo en lugar de la de vacuno o la de cordero.
- Evitar el desperdicio de comida. Así ayudamos a contener la demanda y a frenar una sobreproducción de alimentos, reduciendo con ello nuestra huella ecológica. Por no hablar de la cuestión ética de este asunto.